El funk es un sueño húmedo en la historia de la música. Mucho más carnal y místico que mental. El ser bailable por sobre todas las cosas lo ha hecho injustamente menos prestigioso que varios de sus estilos congéneres, aunque basta con investigar un poco para encontrar discos ingastables. Con tan sólo estos tres exponentes, ni siquiera de los más icónicos, podríamos recomendar al menos una decena de discos, pero mantuvimos el formato (aunque en cada texto mencionamos varios para que tengan donde saciar las ganas que probablemente les piquen con las primeras escuchas).
Por Agustín Wicki.
Betty Davis — Nasty Gal (1975) [Island Records]
Betty Davis es una de las presencias más demoledoras de la música en los 70s. Una referente de la sensualidad, la moda, la fuerza y la libertad sobre los escenarios. En su fugaz matrimonio con Miles Davis le tiró a la basura los trajes para ponerlo a tono con la época, influenciando la electrificación de su grupo. También fue un norte para fenómenos posteriores como Prince y Erykah Badu. Los tres discos que editó oficialmente en su breve carrera son algunas de las mejores creaciones en la historia del funk, al igual que los dos bootlegs editados en este siglo: “The Columbia Years” (1968–1969), con producción y banda de Miles, y “Is It Love or Desire”, grabación de 1976 descartada por su sello, destinada a ser su cuarto álbum.
En “Nasty Gal”, su último álbum, es donde más le mete esa garra rockera hendrixiana a su funk salvaje. Una banda de formación sencilla capaz de tocar al mismo con una polenta y grooves solo descriptibles con pasos de baile. Betty cantaba con todo el cuerpo en un estallido donde se expresaba su sexualidad plena de forma que esa energía llega y toma el cuerpo del oyente. Todo lo que no querían los empresarios blancos detrás de la industria discográfica está en “Nasty Gal”, lo que básicamente determinó el fin de sus posibilidades para publicar más trabajos, su retiro y desaparición de la esfera pública. Su genialidad y la falta de concesiones con la industria le generaron su fracaso profesional, a la vez que cimentaron su mito como heroína musical.
Earth, Wind & Fire — All N’ All (1977) [Columbia Records]
Para mí, Earth, Wind & Fire es sinónimo de feelgood, del bienestar. Una banda plenamente benigna que, desde su debut homónimo en 1971 hasta “Faces” de 1980 inclusive, tiene un catálogo excelente. Funk, soul, R&B, disco y otras corrientes aledañas de la música afroamericana naturalmente se unificaban en sus fonogramas. Cuando sea y donde sea, hay un tema ideal de estos paladines para suavizar el contexto.
“All N’ All” es la dosis más generosa de su pop perfecto. Quizás se extraña esa tradición suya de cerrar los álbumes con jams excepcionales, pero no faltan hits, interludios que construyen una identidad, motivos inolvidables y amor en forma de música. Lo que se dice un clásico.
Slave — Stone Jam (1980)
Luego de un debut homónimo dinamítico; un segundo trabajo bueno, pero falto de éxito comercial, que los llevó a un proceso de reinvención: y del LP de disco “Just a Touch of Love”, Slave conformó su versión cumbre en “Stone Jam”. Un equilibrio entre funk y boogie, entre música para bailar y música para cantar en la ducha, con un poder divino para hacer sentir que la realidad es mucho mejor.
El bajo de Mark Adams en este disco pide que le construyamos una estatua en su honor. A esas líneas de slaps volátiles se sumaban unas armonías vocales preciosas, una guitarra eléctrica arrebatada y todo un equipo de primera en lo que refiere a teclados y percusión. El sonido entra sanamente en los trends que más prevalecerían en los 80s, hasta incluyendo alguna tecnología fresquita en ‘Sizzlin’ Hot’ por ejemplo.
Queda inadecuado el título del álbum. Si están esos grooves solo practicables en el espíritu de una jam, pero nada tiene que ver con una piedra inerte. Estas canciones de Slave parecen tener vida propia. Una vida de juventud eterna y belleza que, momentáneamente, se le da al que está escuchando. Creo que le hubiese quedado mucho más a la medida “Paradise Jam”.