La motor city y unas perlas de techno, garage rock y Motown Sound.
Detroit es una ciudad central en la historia musical e industrial norteamericana. En los 60s y 70s los artistas de la maquinaria Motown se convirtieron en la norma en términos de influencia y popularidad, facilitado por cómo representaban una visión automatizada y digestible de la música bailable, pero al mismo tiempo irresistible. Una ventana al Detroit en auge, la “ciudad motor” de suburbios y nuevas familias de clase media cumpliendo sueños y festejando en un swing más liberado y novedoso, de personas jóvenes construyéndose una normalidad pero sin perder el filo.
De la misma manera que Motown se fue de Michigan, la prosperidad se fue de Detroit: el “cinturón de óxido” literalmente se oxidó de desindustrialización y crisis, y lo único que quedó fue ese swing crudo venido del sur que influenciaba todo. La crisis sigue hasta hoy, y el “sonido Detroit” (del que mucho se ha escrito y mucho mejor que acá), de influencias bailables, bluseras, poperas y “citadinas” pero más duras y atrevidas se evidencia en muchos de sus artistas, de Iggy Pop a los referentes del Techno.
Por Ramiro Rybczuk (intro y MC5), Juan Agrazal (Infiniti) y Agustín Wicki (Four Tops).
MC5 — Kick Out the Jams (1969)
“Kick out the Jams” es un álbum en vivo de una banda que ha llevado varias etiquetas: Proto-punk, psicodelia dura, garage rock y una influencia para cualquier rock más pesado que los Monkees. Pero sobre todas las cosas, MC5 fue una banda de recitales. Una banda de presentación en vivo, de eventos, no tanto de espectáculo (si teatralización) como de presencia y construcción de atmósfera. En entrevistas citan la influencia de “James Brown at the Apollo” y esos shows que no terminaban nunca ni permitían un respiro, eran un trance, una ceremonia de agitación y espíritu, eran un evento (gen gospel, tanto en Brown como en MC5).
“Kick Out the Jams” trata de cerrar lo más posible en ese concepto del recital al parlante. Ese sonido de Detroit que, tanto del lado Motown de optimismo y nueva época, como del Techno más ríspido e hipnótico, como de la crudeza y sexualidad de Iggy Pop, no le hizo mella al mestizaje, a la celebración y a congregarse aunque todo se viniese abajo y quedaran todos afuera.
Esto último no es un eufemismo. Las contribuciones habladas parodian a los pastores metodistas hablando de “hermanos y hermanas”, llamando a ser parte de la solución o del problema, hablando de revoluciones, y ‘Rambling Rose’ comienza con una arenga presentando “el testimonio”, para de un saque levantar del cuello de la camisa a todxs y agitarlos en el aire, mover el cuerpo a lo que en efecto es adrenalina en frasco y frenetismo. Continúa en ‘Kick Out the Jams’ (HIJXS DE PUTA) con un ritmo indisimulable, ‘Come Together’ y ‘Rocket Reducer N°62’ llevan a la psicodelia hippie pero con el pulso propio de un motor V8, ‘Borderline’ con coros característicos de la banda aporta ligereza y eleva el espíritu sin cortar la agitación, que ya con el público engatusado encara el blues con ‘Motor City Is Burning’ (¿Presagio de lo que vendrá? Can’t Have Shit in Detroit) para en ‘I Want You RIght Now’ derretirse en ácido y pesadez, hablar de la parte más profunda del trance que podría compararse con Grateful Dead y termina en ‘Spaceship’ con el lanzamiento literal del sonido en una nave espacial, una teatralización en instrumentos más del primer Pink Floyd que de un blues. Ese pequeño desconcierto de segundos que da cuando termina el tracklist y uno no sabe dónde está es bastante descriptivo de lo que es el disco.
Es una experiencia, está pensada como una pieza continua, y más que nada como una publicidad del vivo. Una pieza intensa, pero que engatusa y atrapa. Parece algo propio de la ciudad.
Four Tops — Yesterday’s Dreams (1968)
Motown fue Disney. Un mundo de fantasía con solo escenarios de melodramatismo y de felicidad. Empresas que representan perfectamente el modelo capitalista aplicado a lo artístico y que, incluso con todo lo nefasto que se les conoce, no dejan de ser sinónimo de familia e historias apasionantes. El sueño americano de Berry Gordy duró menos que el de Walt, pero nunca dejó de ser un símbolo para la cultura afroamericana y el pop. De ahí vienen las influencias principales de los Beatles y el modelo para hustlers de la industria musical, desde Philadelphia International y su Phily Soul hasta G-Unit y el club rap dosmilero, a la hora de gestionar un sello que se imponga en el mercado con un sonido reconocible y una maquinaria dominante.
Sus placas más recordadas hoy son las que trascendieron en la nebulosa de los 70s a regañadientes del mismo Gordy (oigasé Stevie Wonder y Marvin Gaye). Pero la Motown ejemplar es la de Smokey Robinson, The Supremes, The Temptations, The Jackson 5 y otra docena de proyectos, productores y compositores, tuvo la juventud afro de los 60s bailando y cantando en loop como Carlton en The Fresh Prince.
En máxima fidelidad de representación y standard de calidad de Tamla-Motown estaban los Four Tops. Levi Stubbs, Renaldo “Obie” Benson, Lawrence Payton y Abdul “Duke” Fakir. Cuatro voces de ensueño para cualquier letrista, capaces de hacer renacer cada canción que interpretan en armonías iluminadas por la pasión de cada uno. En cada paso del sello estuvieron ahí, desde su sonido más esencial con “Second Album” (1965), la innovación desde su mismo estilo para “Reach Out” (1967) y la conversión al soul setentero de “Changing Times” (1970); incluso siguieron su camino fuera de las oficinas de Motown con soul acorde a la manifestación política de época, dirigida a la “Main Street People” (1973).
Forjaron diez años de mérito discográfico irreprochable y entre los grandes éxitos está “Yesterday’s Dreams”, lanzado en 1968 y atado para siempre a nuestros corazones. Baladas como la homónima, ‘Remember When’ o ‘By the Time I Get to Phoenix’ se inmolan en su propia catársis sentimental de una forma inolvidable. Como se debe hacer en el soul, los cuatro le ponen voz al alma. Su lado A va en transición hacia la década venidera y el B habita la efectividad del soul de Detroit que hace rato manejaban. The Funk Brothers, sesionistas practicamente desacreditados, amparan cada emoción con virtuosismo subliminal, bien setentero (¡hasta congas!) en la primera mitad y más influenciado por un third stream de soundtracks esa segunda.
El disco casi siempre le canta a un amor para el que es demasiado tarde o demaisado temprano, del que solo hay una llamita que da todo para seguir viva: “Yesterday’s dreams are a small pile of ashes / With one burning hope that hangs on”. Esa chispa que según la esperanza se convertirá en compañía, es la única forma de enfrentar el mundo triste y desolado que habitan las canciones. Enamorarse es primera necesidad porque todo está mal, pero en alguien todavía existe el amor.
Infiniti — Skynet (1998)
No se puede hablar de música electrónica sin mencionar el afamado techno. A pesar de ser un fenómeno mundial, el género nació como una respuesta de la juventud afroamericana de Detroit ante el declive de la ciudad después de las luchas sociales y económicas libradas en décadas pasadas. Dentro de ese grupo de jóvenes, sobresalen los pioneros conocidos como el Belleville Three: Juan Atkins, Derrick May y Kevin Saunderson.
De estos tres, Juan Atkins fue el que se llevó todos los reflectores, siendo el primero en traer el término ‘Techno’ a la conversación. Su producción discográfica respalda el reconocimiento, con grandes trabajos bajo los alias Model 500 y Cybotron y en 1998, una década después de los inicios del género, con ambición renovada, un clásico bajo el pseudónimo Infiniti.
“Skynet” muestra a Juan en una nueva luz: mínimos, gélidos instrumentales, que en contraste, están llenos de alma, calor y corazón. Suena contradictorio, ¿cómo estos beats de Techno pueden tener vida? Eso es lo que hace especial al sonido detroitino, que en sus influencias recoge la música del pasado de la ciudad -como el sonido Motown- y los escaparates del pop futurista de Kraftwerk y Yellow Magic Orchestra.
El disco ofrece estas impresiones desde el principio. ‘Skyway’ es un tema con una percusión incesante y repetitiva, acompañada de teclados que simulan voces, y que continúan en bucle a través de la duración del tema. El objetivo, más allá de trasladarte a un espacio futurista, es inducirte al trance y hacer que te pierdas en el sonido. Las influencias de corrientes contemporáneas como el minimal y dub techno se hacen presente en piezas como ‘Subterrainea’ y ‘Electric Circus’: los mínimos y espaciosos kick y bajo elevan los instrumentales a nuevos planos.
La decena de piezas que conforman el disco prescinden de arreglos ostentosos y le da a cada elemento en las canciones, un espacio para respirar. Las transiciones de canción a canción, en cada momento, se sienten impecables y fluidas, dando una sensación de constante movimiento, y en su diseño sonoro, se abre a experimentaciones que recuerdan a vertientes como el ambient techno.
Atkins desde su Detroit natal, miró hacia el futuro una década antes. Un decenio después, cosecha todo el fruto de su visión, reinterpretándola a su manera. En “Skynet”, Atkins marcha a su ritmo y continúa avistando nuevas esferas, algo que sólo visionarios como él saben hacer.